Desde la mirada de un escéptico
Compilación de tres (3) artículos publicados en julio de 2015. El tema continua vigente, no obstante los artículos han sido actualizados, corregidos y mejorados.
(I) Primera parte
(II) Segunda parte (III) Tercera parte
(I) - Julio 13, 2015
Laudato si (Alabado seas) – Sobre el cuidado de la casa común, es una carta encíclica que merece un lectura cuidadosa, obviamente no sólo de lo que ella recoge como postura eclesial frente al problemática ambiental, sino de lo que ha rodeado su redacción y principalmente sobre quién asesora a Francisco en este tema --en 2015 era, entre otros, el economista norteamericano keyneseano y pro-globalismo Jeffrey Sachs. ¡Dime con quién andas y te diré quién eres! Y como ejemplo: el Papa Juan Pablo II se reunió con Friedrich von Hayek y aprendió de economía.
Metas de Laudato si...en el espíritu de la ecología integral, esperanza para la Tierra y los pobres. Crédito de la imágen: laudatosi.org
Aunque la encíclica comporta tres aspectos: el teológico, el científico y el económico, mi primera observación es de orden general: al cabo de algunos párrafos tuve la sensación de estar leyendo un documento de consultoría de la ONU o de cualquier otra de esas agencias supranacionales que gustan de escribir documentos inútiles. De una redacción poco profunda y hasta corriente he percibido la carta encíclica, al menos en comparación con Centesimus Annus, la Encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia escrita por Juan Pablo II y que conmemora los cien años de la DSI. Entre estas encíclicas observo un abismo en términos de profundidad teológica, riqueza y detalle intelectual; quizás sea la personalidad de los Papas lo que finalmente permee sus escritos, lo cual haría mucho sentido en este caso.
El Papa Francisco alude en los primeros pasajes al modelo de vida de San Francisco de Asís (10), de quien a propósito toma su nombre papal. San Francisco, en efecto, fue un hombre contemplativo, que se maravillaba de la naturaleza y creo que de ello ciertamente debemos aprender. Poco tiempo en el diario trajín tenemos para admirar la naturaleza y buscar en ese silencio reflexivo la forma de ser mejores seres humanos. Invito pues a retomar ese hábito sin dejar de admirar también el producto del ingenio humano, que también a mi juicio merecen un asombro cotidiano. En este video el Padre Javier Olivera Ravassi (Argentina) ofrece una lectura del santo de Asis desde una perspectiva objetiva.
“Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobreidad y el cuidado brotarán de modo espontáneo” (11). Debemos advertir al respecto que el cuidado brota espontáneamente cuando tanto cuerpo como espíritu son movidos por los incentivos adecuados. Esto es ineludible desde una perspectiva racional o material, por supuesto. Mientras los incentivos sean los producidos por una visión de bienes comunes o bajo un régimen de propiedad estatal no creo que sea posible tal espontaneidad sobre el cuidado del medio ambiente. Hay prioridades materiales que no podemos eludir como seres humanos y los pobres pueden dar fe de ello, aún cuando en espíritu permanezcan cerca de Dios (permítaseme semejante cuestionamiento).
La sobriedad -i.e. el temple o la moderación- emerge generalmente cuando las necesidades básicas están satisfechas y, más concretamente, cuando el hombre reconoce como propio algo de lo cual puede sacar provecho, presente o futuro, ya lo confirmaba el mismo Santo Tomás de Aquino luego de plantearlo Aristóteles. La sobriedad, en cuanto responsabilidad, es consecuencia natural e inmediata de la práctica de un egoísmo racional (permítaseme semejante abrupto), que sólo puede ofrecer sus frutos al prójimo en la medida que exista una libertad guiada por los incentivos correctos: la propiedad privada y un código moral basado en la ética, idealmente cristiana.
En tal sentido, el planeta puede ser considerado nuestra casa común, pero esa concepción no implica que debamos considerar los bosques, el subsuelo o el agua, por ejemplo, bienes bajo un régimen de propiedad estatal. Cuando otorgamos el carácter de bien-público a esos recursos económicos de orígen natural les sometemos a un conjunto de incentivos perversos que sólo conducen a su deterioro, agotamiento y explotación irracional; en palabras del ecólogo norteamericano Garret Hardin, la Tragedia de los Comunes.
“El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (12) dice Francisco y proteger nuestra casa común es un “desafío urgente” (13), de cierto es, pero debemos reconocer las verdaderas causas estructurales de los problemas ambientales, las cuales, desde mi punto de vista, no son precisamente las que advierte el pontífice.
(II) - Julio 20, 2015.
En la columna anterior elaboré sobre algunas cuestiones filosóficas respecto al correcto entendimiento de la casa común que Francisco le confiere a los bienes de La Creación y al planeta tierra. Zanjé diferencias sobre la visión de la propiedad y cómo esta bien entendida (definida, defendible y transferible) puede ofrecer los incentivos que beneficien a nuestro prójimo, la protejan de la explotación irracional e incluso la multipliquen en cantidad y mejoren en calidad.
Deseo ahora llamar la atención sobre el tema científico que contiene Laudato si.
El Papa Francisco hace una descripción de lo que está pasando en nuestra casa (Capítulo I) y cita de forma aceptable los problemas de contaminación por el uso de leña y basura, escases de agua, pérdida de la biodiversidad y crecimiento "desmedido" de las ciudades. Acude, no obstante, al argumento de que los modelos de producción «no han logrado adoptar un modelo circular» en contraposición con el funcionamiento de los ecosistemas naturales fomentando con ello la cultura del descarte (22).
Ciertamente, todo lo que ‘descartamos’ eventualmente podría reincorporarse al proceso productivo pero ello no sucede precisamente porque la creatividad y la libertad empresarial se encuentra asfixiada por tanta legislación inútil que confiere exclusivamente esa atribución a los gobiernos. Los gobiernos, nacional, regionales y municipales, ciertamente tienen dentro de sus funciones naturales la recolección de basura, lo cual por cierto, es muy diferente a "descartar". Pero si liberáramos el proceso creativo y la empresarialidad (por ejemplo, abriendo el mercado de los vertederos privados) probablemente mucho de lo que hoy desechamos, como basura o como descarte, tuviera un interés económico, por tanto un precio y un mercado; ello evitaría que existan basureros clandestinos por doquier y basureros sin manejo en las ciudades de los países en desarrollo.
La cultura del descarte es, además, una narrativa de signo anticapitalista, pues denota desconocimiento sobre cómo funciona el sistema de economía natural: el capitalismo. Es normal que los seres humanos produzcamos desechos o basura, y más normal aún mientras los países están en proceso de desarrollo. "Conforme las ciudades se vuelven más ricas, las cantidades de desechos que producen alcanzan un pico máximo y luego disminuyen" apunta Carroll Ríos de Rodríguez en un interesante artículo sobre La cultura del descarte en Laudato Si. El nivel de producción de basura y el descarte depende del nivel de ingresos y de los patrones de consumo.
Hasta 2018 China y varios países del sudeste asiático eran grandes importadores de basura de países occidentales y desarrollados; a partir de ellos los asiáticos extraían materias primas para sus intensivos procesos productivos e incineraban lo que no utilizaban. En los últimos años las políticas ambientales de China y de países como Filipinas y Malasia han cambiado, reduciendo significativamente la importanción de basura. En este contexto, la basura y los desechos deberán ser tratados, reciclados o incinerados en nuestros países.
Un poco más sobre este tema: el patrón de consumo es también un efecto directo del crecimiento económico. A mayor crecimiento mayor es el consumo, hasta alcanzar un pico máximo y decaer. Nuestros hábitos, no obstante, son modelados por valores y virtudes que nos invitan a la frugalidad, la templanza y la sobriedad. Lamentablemente, con tantos pobres en Occidente dudo que estas virtudes ejerzan dominio, pues la necesidad de la gente es tal que, cuando logran llegar a cierto nivel de ingresos, se desbordan los deseos. No justifico, sólo digo que el fenómeno también requiere de un estadío espiritual que es frágil.
Sobre la cuestión del agua, el Papa Francisco comete otro grave error que pasa factura a los más pobres: “en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico” (30). Considerar el agua como derecho humano básico equivale a considerarle un bien común, estatal y gratuito, y no lo es. Su producción (en el sentido de extraerla de los mantos acuíferos), tratamiento y distribución implica costes con los que alguien debe cargar y sólo los empresarios serán capaces de percibirlos mediante el ético incentivo del lucro.
El acceso a agua potable debe ser considerado un servicio susceptible de estar en el comercio de los hombres. Bajo la acepción de “derecho humano” o bien público la responsabilidad recae en los gobiernos, siendo estos incapaces por su naturaleza: fuerza, escalas jerárquicas, uniformidad, solemnidad y discplina vertical. Los que proponemos someter el agua a las “leyes del mercado” nos referimos al mercado libre o natural: consenso, entes planos, variedad, informalidad y disciplina horizontal. Un mercado en el que haya, primero, claros derechos de propiedad, normas sencillas y un sistema de justicia capaz de dirimir los conflictos por el incumplimiento de contratos. Lamento que el Papa Francisco no tenga claro que ya en algunas partes del mundo este argumento perdió toda validez: Manila, Filipinas. Ahí el gobierno otorgó, mediante contratos, la administración del servicio de provisión de agua para la ciudad Metro a dos empresas privadas. ¡La gente paga por el servicio y lo puede hacer porque tiene los ingresos suficientes, ahí el tópico!
Se equivoca también al situar el supuesto problema del cambio climático como propio de “un consenso científico muy consistente” (23) y un “problema global” (25). En mi ensayo Realismo climático he criticado tales afirmaciones y he comentado los hallazgos de científicos escépticos y centros de investigación independientes (CO2 Coalition, The Heartland Institute y Watts Up with That) que sustentan con hechos que semejantes hipótesis son falsas y perversas.
Los modelos climáticos empleados por científicos deshonestos no representan la realidad. Lamentablemente, sobre ellos se definen perversas políticas públicas.
No obstante, es oportuno reiterar la cuestión esencial: ¡No hay un consenso científico sobre el calentamiento global! Es más…erramos si creemos que la ciencia es una cuestión de consensos.
“En lo tocante a la ciencia, la opinión de un millar no es superior a la razón fundada, aunque esta la defienda un sólo hombre” parafrasea José María Aznar en el prólogo del libro Planeta Azul (No Verde), de Václav Klaus.
La actividad humana tiene impacto en los cambios climáticos actuales, pero no es significativo estimado lector...que nadie le cargue culpas inmerecidas.
“Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene porqué proponer una palabra definitiva…” (61) dice el pontífice, y sin embargo lo hace respecto al cambio climático. Y aunque el Papa Francisco se muestra abierto a “escuchar y promover un debate honesto entre científicos” me parece que se equivocó al fijar posición, demostrando con ello falta de prudencia y un claro sesgo ideológico. Es una lástima.
(III) - Julio 27, 2015.
En mis dos artículos anteriores abordé en breve el componente teológico y científico que comporta la reciente encíclica del Papa Francisco Laudato si. Para esta última he reservado una reflexión sobre lo que él advierte como causas y las orientaciones que ofrece para solucionar los problemas ambientales, algunos insignificantes (cambio climático generado por la actividad humana), otros en definitiva evidentes (deforestación, escases de agua, pérdida de la biodiversidad).
El pontífice observa que “las raíces más profundas de los actuales desajustes […] tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico” (109), y reitera esta idea a lo largo de toda la encíclica en términos de “modelo tecnicoeconómico” (53, 203) y el “consumismo extremo y obsesivo” (54, 203).
En mi opinión, su preocupación es muy válida pero refleja un mal entendimiento del problema económico y político. Al respecto parafraseo al profesor Alberto Mansueti: los patrones de consumo actual obedecen a decisiones individuales en materia de preferencias personales y estilos de vida, no colectivizables. El mercado le entrega a la gente exactamente lo que quiere y según lo que produce, pero no garantiza conductas objetivamente buenas en las personas. No siempre hacemos de nuestra libertad un uso sabio y prudente, o siquiera medianamente razonable. Y muchas veces no somos buenos jueces de nuestras propias necesidades, y hacemos juicios necios y hasta autodestructivos (La Salida, 2006).
Habrá que hilar más fino sobre el comportamiento humano en aquel sentido, y considerar que, por ejemplo, es razonable que alguien que haya estado limitado de bienes materiales durante toda su vida, cuando los tenga al alcance desee tener mucho y de todo. Lo importante será no colectivizar aquel comportamiento y analizarlo en su contexto particular. En cualquier caso, me parece que el Papa debió iluminarnos, permítaseme semejante impertinencia, en los desafíos profundos que comporta el conocerse a uno mismo y cómo enfrentar las fragilidades humanas (e.g. la de la satisfacción inmediata y el poder), reparar en valores como la prudencia, la responsabilidad, la templanza y la sabiduría, y en qué condiciones estos dones del Espíritu Santo encuentran un mejor ambiente para su desarrollo.
Pero por un claro sesgo ideológico, inclinado a las ideas de signo socialista y muy propio de su país, pasado y congregación, el Papa Francisco entiende el mercado como una entidad perversa que debe ser bien regulada por los gobiernos. No advierte que esos patrones de consumo y de desigualdad que tanto culpa obedezcan más bien a un mercado distorsionado por las incontables intervenciones gubernamentales a manera de miles de leyes que, no sólo restan libertad e inhiben la responsabilidad de las personas, sino que no permiten que florezcan aquellos valores, virtudes y dones que conducen al ahorro, la frugalidad y a la sobriedad.
En el mimso sentido, Francisco alude a la encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI, en la cual este último “urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” para “gobernar la economía” (175). Sobre esta orientación cabe recordar la verdadera enseñanza de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20, 25). Con aquella confusa orientación la Iglesia Católica nos induce a tener que dar a los gobernantes todo lo que nos pidan los gobernantes, “enseñoreándose” sobre las naciones (Mc 10, 42) y eso es contrario a toda enseñanza cristiana en materia política. Lo vivimos recientemente en todo el mundo: los niveles de corrupción que se ensañan sobre la clase política, principalmente en Occidente, es la justa consecuencia del poder discrecional que les hemos otorgado a los gobernantes sobre nuestras vidas, aunado a un grave deterioro de los valores éticos, propiciado a la vez y en gran medida por el mismo sistema perverso.
¡Yo no necesito a ninguna autoridad política mundial que regule mi comportamiento económico Papa Francisco…disculpe que disienta con su autoridad! Necesito auténtico capitalismo y no lo que Usted entiende como tal: mercantilismo. Tampoco necesito de un Estado de Bienestar, de esos gobiernos que suelen “regalar de todo”, porque es ese tipo de Estado el que nos concibe como "seres humanos sin principio de acción, ni medio de discernimiento y desprovisto de toda iniciativa", en palabras de Frédéric Bastiat. ¡Necesito un gobierno limitado a sus funciones propias y naturales; un mercado libre de privilegios y restricciones; y de un sistema de claros derechos de propiedad, bajo los cuales existan los incentivos adecuados para cooperar libre, voluntaria y pacíficamente con mis semejantes!
La derogación de las leyes malas es un hito impostergable si queremos favorecer la mayordomía responsable de La Creación.
Por último, aunque dejo mucho en el tintero, no quiero pasar por alto mi franco desacuerdo sobre la siguiente reflexión del Papa Francisco: “Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas” (61). ¿Porqué generalizar en “la humanidad”? ¿Acaso no han existido hombres de mucha talla que han dado a la humanidad mucho de que enorgullecernos como género humano? ¿Cuáles son realmente las expectativas divinas? ¿Quién verdaderamente las estará defraudando?
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